Para mí, el encanto de la Feria del Libro es, además de tener la excusa para comprar unos cuantos sin sentirse demasiado culpable, conseguir que un escritor, al que has leído y con suerte admires te mire a los ojos unos segundillos. Así que me emocioné cuando vi que Marías estaba en una de las casetas firmando toda su obra, que es mucha. Aparte de algunos de sus artículos, sólo había leído de él Todas las almas. Me encantó. Claramente autobiográfico, aunque reniegue un poco de ello, habla de un año pasado en Oxford como profesor de español. Utiliza la primera persona y escribe como si pensara, con saltos en el tiempo, reflexiones más o menos largas... Habla de lo extraño que es estar fuera de casa, de las relaciones que inevitablemente se tienen allí, con más intensidad por la lejanía, de estar solo. Yo, claro, me acordé de Leipzig. El libro me pareció perfecto. Y me acerqué hasta él en busca de alguno de sus libros más conocidos y, supuestamente, aún mejores.
Me vine con Corazón tan blanco, dedicado. Y ahora estoy con él, disfrutándolo, pero menos de lo que creía. Marías vuelve a recurrir a la primera persona, aunque en este caso parece claro que no habla de sí mismo. Y, de nuevo, hay reflexiones dispersas, saltos en el tiempo... el argumento no avanza, pero no se trata de algo tan justificado como en Todas las almas. Como le ocurre a algún otro escritor español, Marías escribe muy bien, a veces increíblemente bien, pero parece regodearse en ello: a veces, encuentra un motivo, un hilo, que le hace detenerse páginas y páginas. No son, ni mucho menos, malas. Se disfrutan muchísimo. Pero el argumento y el objetivo del libro se pierde. En Todas las almas, estaba totalmente justificado. Parecía lógico que el protagonista, cuyo nombre nunca llega a conocerse, se detuviera tanto en hacer reflexiones dispersas. Precisamente eso era lo que tenía: tiempo. Y lo llenaba deteniéndose a pensar en el sentido de su vida detenida, por un año, en una ciudad desconocida, llena de historia y de personajes y relaciones "temporales". Ahora, Juan Ranz me parece un calco de ese otro yo de Marías, y echo de menos algo que justifique esas páginas y páginas bellísimas pero que parecen no conducir a nada...
Aún estoy en ello y puede que termine cambiando de opinión. Marías, en todo caso, me parece lo mejor, sin duda, que tenemos ahora mismo en España. Quizás el problema sea mío, porque en la Feria me compré también un libro que llevaba mucho tiempo deseando leer: El mundo de ayer. Zweig habla de sí mismo y por ello, de forma más justificada, utiliza la primera persona. Pero la vida que cuenta sólo tiene la función de vertebrar un retrato de lo que era Europa antes de las dos guerras. Tuvo unas vivencias tan maravillosas que por sí mismas darían para un libro. Y habla, por supuesto, de ellas y de sí mismo. Pero la acción avanza cuando tiene que hacerlo, es generoso al reconocer, de forma entusiasta, el talento de los muchos genios que tuvo la suerte de conocer. Es un libro redondo, que debería ser obligatorio. Una obra de arte. Quizás por eso es inevitable que empequeñezca al siguiente.