No recuerda bien cuándo empezó a pasar. Le miraba y se sentía inquieta. Se ponía roja si sus ojos se cruzaban con los suyos. Y ni se imaginaba qué le ocurriría si algún día le decía algo. Ya no soñaba con que él le escribiera una carta con una declaración de amor. Ni le había elegido para tener algo de qué hablar con sus amigas. Quería cogerle las manos y acariciarle el pelo. Olerle y besarle el cuello. Susurrarle al oído qué cosas le daban miedo. Abrazarle y sentirse abrazada. Y que las palabras no se acabaran nunca.
Temblaba si pasaba cerca, si le veía pasar por la puerta de clase, si alguien hablaba de él. Tenía una necesidad nueva, que le asustaba. Que no se iba. Que sabía que no se iría, aunque con los años cambiara de nombre. Nerviosismo. Ansiedad...