
Se me cierran los ojos, sentada en la silla de siempre, frente a la pantalla de siempre. Al menos, las caras son distintas. Hay algo mucho peor que trabajar un lunes por la mañana... hacerlo un domingo por la tarde, y después de haber dormido poco. Qué pocas horas quedan para estar de nuevo aquí. Qué rápido se ha pasado el fin de semana. No es un decir.
¿De dónde sacar energías y ganas para empezar mañana y esperar otros cinco días para descansar, por fin? Supongo que del rato que estaré leyendo esta noche, en pijama y sin pensar en nada. De un café cronometrado pero sin prisas en el bar más cutre de por aquí. De amigos que vuelvo a ver, de regalos inesperados. De que sigo teniendo ilusión por trabajar, aunque a veces se haga pequeñita...