Duró sólo un momento, uno, dos segundos. El tiempo que tardó en rozarle la punta de un abrigo y el fleco de una bufanda que le adelantaron en los pasillos atestados de gente. Levantó los ojos dormidos, adelantó la nariz hacia un olor que se iba y se quedaba a partes iguales.
Nunca se enteró de si era una colonia, un suavizante, el ambientador de una casa, una crema. O de si se trataba sólo de su sudor mezclado con el tejido de su camisa. Sí sabía que era el suyo, el olor de las palabras dichas a tiempo, de los abrazos en la calle, de los ojos que miran y escuchan.
Le quedó un pequeño rastro, que se diluyó al caminar unos metros. Que ya se había ido cuando llegó al andén. Que acabó de despertarla. Que la alejó del resto de bufandas del vagón y de los pasos rápidos hacia el trabajo.
La llevó muy cerca de lo único que de verdad le importaba.
Nunca se enteró de si era una colonia, un suavizante, el ambientador de una casa, una crema. O de si se trataba sólo de su sudor mezclado con el tejido de su camisa. Sí sabía que era el suyo, el olor de las palabras dichas a tiempo, de los abrazos en la calle, de los ojos que miran y escuchan.
Le quedó un pequeño rastro, que se diluyó al caminar unos metros. Que ya se había ido cuando llegó al andén. Que acabó de despertarla. Que la alejó del resto de bufandas del vagón y de los pasos rápidos hacia el trabajo.
La llevó muy cerca de lo único que de verdad le importaba.
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