No veo el día en que llegue el 1 de julio. Lo primero, porque mi manía de decidir lo que ahorro a primeros de mes y la no llegada de los ingresos previstos hacen que mi cuenta dé mucha, mucha pena, y me esté planteando si me llega el dinero para comprarme un triste bonobús para esta semana. Lo segundo, porque estarán más cerca mis vacaciones, ese mes que ahora espero con enormes ganas y después, como pasó el año pasado, y el anterior, se me hará eterno, lleno de días con demasiado tiempo libre para pensar en demasiadas cosas y acabar deseando volver a mis agobios de fin de semana. Justo ayer comentaba que yo era de esas niñas repelentes que en septiembre ya estaban deseando volver al colegio con los libros nuevos y el estuche lleno.
No sé qué pasará esta vez. Sólo sé que lo necesito, y que me gusta que sea un mes entero, tiempo más que suficiente, espero, para olvidarme de todo. En el tiempo desocupado que me queda ahora, entre fin de semana y fin de semana, aparte de dormir y leer (por fin encuentro tiempo para hacerlo, para tirarme una hora seguida, página tras página), diseño planes futuros, sitios que tengo que ver, lo que voy a hacer en cuanto inaugure mis vacaciones de verano, lo que será mi nueva casita… El libro que está ahora entre mis manos, uno que habla, precisamente, de compañeros de trabajo y sus vidas ocultas. Dejo de escribir para ponerme a leer… son las últimas horas de mi “domingo”.
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