Durante los dos primeros días pasé por intensos momentos de vacilación por culpa del teléfono. Paseaba por las habitaciones encendiendo un cigarrillo tras otro, de vez en cuando caminaba hasta el mar, luego regresaba y me daba cuenta de que no había visto el mar, que habría sido incapaz de confirmar, en ese instante, que el mar estaba allí; durante esos paseos me obligaba a separarme del teléfono, a dejarlo encima de la mesilla de noche, y en cualquier caso solía obligarme a arespetar un intervalo de dos horas antes de volver a encenderlo y comprobar, una vez más, que no me había dejado un mensaje.
La mañana del tercer día decidí dejar el teléfono encendido todo el rato e intentar olvidar que estaba esperando a que sonara; en mitad de la noche, al tomarme el quinto comprimido contra el insomnio y la ansiedad, me di cuenta de que aquello no servía de nada, y empecé a resignarme al hecho de que Esther era la más fuerte, de que yo ya no tenía el menor control sobre mi propia vida".
La posibilidad de una isla. Michel Houllebecq.
El protagonista es un hombre de casi cincuenta años que no cree en nada hasta que se enamora otra vez, de una chica de 22, y empieza, a pesar suyo, a ser feliz. Y a estar pendiente de los mensajes del móvil...
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