Sunday, February 25, 2007

Actualización de emergencia


Se me cierran los ojos, sentada en la silla de siempre, frente a la pantalla de siempre. Al menos, las caras son distintas. Hay algo mucho peor que trabajar un lunes por la mañana... hacerlo un domingo por la tarde, y después de haber dormido poco. Qué pocas horas quedan para estar de nuevo aquí. Qué rápido se ha pasado el fin de semana. No es un decir.

¿De dónde sacar energías y ganas para empezar mañana y esperar otros cinco días para descansar, por fin? Supongo que del rato que estaré leyendo esta noche, en pijama y sin pensar en nada. De un café cronometrado pero sin prisas en el bar más cutre de por aquí. De amigos que vuelvo a ver, de regalos inesperados. De que sigo teniendo ilusión por trabajar, aunque a veces se haga pequeñita...

Wednesday, February 07, 2007

Demasiado temprano para empezar a trabajar


Me imagino a la orilla del mar. En una playa sin gente... pero no de esas típicas con "arena blanca", "aguas cristalinas" y palmeras. En una corriente, quizás del norte, con un gran acantilado, con los gritos de las gaviotas, el frío de las primeras horas de la mañana y pequeñitos rayos de sol que no llegan a calentar saliendo entre las nubes.

Me imagino en medio de un parque. Los edificios de la ciudad se ven muy lejos. Hay poca gente recorriendo los senderos entre los árboles y en una gran pradera varias personas leen tumbadas sobre el césped. No llegan ni el humo ni el ruido de los coches. Hace más frío que en las calles del centro. Un grupo de jardineros recoge las hojas caídas.

Me imagino escuchando música con los ojos cerrados. O dormida, entre las sábanas.

Escrito mucho antes de la hora que pone ahí abajo...

Friday, February 02, 2007

Corrientes de aire


Duró sólo un momento, uno, dos segundos. El tiempo que tardó en rozarle la punta de un abrigo y el fleco de una bufanda que le adelantaron en los pasillos atestados de gente. Levantó los ojos dormidos, adelantó la nariz hacia un olor que se iba y se quedaba a partes iguales.

Nunca se enteró de si era una colonia, un suavizante, el ambientador de una casa, una crema. O de si se trataba sólo de su sudor mezclado con el tejido de su camisa. Sí sabía que era el suyo, el olor de las palabras dichas a tiempo, de los abrazos en la calle, de los ojos que miran y escuchan.

Le quedó un pequeño rastro, que se diluyó al caminar unos metros. Que ya se había ido cuando llegó al andén. Que acabó de despertarla. Que la alejó del resto de bufandas del vagón y de los pasos rápidos hacia el trabajo.

La llevó muy cerca de lo único que de verdad le importaba.